Dos preguntas a Juan Manuel Quiroga


A partir de dos preguntas de Nahuel Krauss, Juan Manuel Quiroga realiza un recorrido de la historia del psicoanálisis en Argentina y fundamentalmente en nuestra lengua. Nos deja interrogantes para articular clínica, teoría y política en la práctica. También nos invita a pensar sobre el problema de la traducción y el deseo que esto implica para la transmisión del psicoanálisis en castellano.

Muchos psicoanalistas teorizan sobre política desde el psicoanálisis, alejándose de los problemas clínicos. Por otro lado, muchos escriben sobre clínica, como si las coyunturas políticas fuesen ajenas a esta. Pero en un trabajo, vos afirmas que la histórica tensión entre lo teórico y lo clínico no se anuda sin un elemento tercero, que es la política. ¿Podrías comentar algo de esto?

Hay distintos grados en la pregunta. En un sentido muy general está la política que puja por manipular los significantes amos y organizar las prácticas y los modos de intercambio entre los individuos agrupados en distintas formas de comunidad. En este sentido si el lenguaje tiene una posición de dominio sobre el sujeto, la política es el intento de la manipulación de los significantes con el fin de la explotación de ese dominio. Por lo tanto, en la política se trata siempre del ejercicio de un poder.

Miller en su escrito “Punto Cenit” trabajó muy bien estas cuestiones.

En estos días asistimos, no al intento de manipulación que instale un sentido por sobre otros y construya una narrativa sino, a la reducción a un único sentido posible, un único significante amo para todos y la destrucción de cualquier narrativa que enlace en el ahora, a la antecedencia en un horizonte de expectativa para un porvenir.

Lacan construye los cuatro discursos para pensar la relación del sujeto con el significante y con el goce en cada lazo social. Es decir, una relación de dominio por el significante y un resto inasimilable, imposible de civilizar al decir de Freud que llamamos goce representado en los discursos con la letra a minúscula. Ese imposible de asimilar es el origen del malestar.

Es decir, que cada discurso determina un lazo como un imposible. Por eso cada discurso es la puesta en forma de los imposibles freudianos: gobernar (discurso del amo), educar (discurso universitario), psicoanalizar (discurso del analista) y podemos agregar hacer desear (discurso de la histeria). Lo social es un supuesto, una ilusión de funcionamiento de una máquina, mientras que el lazo social es la fragmentación en cuatro discursos que establecen estas coordenadas entre significantes y goce en que se desplaza el intercambio entre los sujetos. Este intercambio es siempre, por decirlo así, tosco, inadecuado, rudimentario.

Cada forma de agrupación genera su imposible y por lo tanto su malestar. La respuesta o la formación respecto de ese malestar en psicoanálisis la llamamos síntoma, para el cual el psicoanálisis propone una ética y una política.

Ahora bien, no hay para el psicoanálisis un discurso de la política, sino que la política se apoya sobre otros discursos, principalmente el del amo. Entonces surge un síntoma como respuesta al malestar que se produce, en nuestro caso el síntoma que produce la política respecto del irreductible malestar del estar con otros. A la forma de administrar eso la llamamos democracia.

La fantasía, nada nueva, que venden los discursos actuales es que se podría eliminar ese malestar y el tratamiento propuesto es (término usado con las joyas semántica que le cuelgan por su historia), vía la eliminación del síntoma, del otro, del resto y así prolongando toda una estructura de segregación que alimenta la alienación del individualismo, que ignora que su formación depende de la relación al otro. Como demuestra Freud al situar al yo como una formación de internalización de restos de los objetos perdidos. No hay yo sin otros, el yo es un efecto del encuentro con otros.

Así lo que se cuestiona es la democracia como tal. Y el síntoma, en lugar de ser una respuesta, es algo posible de ser eliminado. Terapéuticamente respecto de la efectividad, vía la clínica de la anestesia, como dicen las publicidades: “el dolor para, vos no”. Las farmacias se transforman e imitan el modelo del supermercado con changuitos y góndolas, y fantasean con un sujeto autoprogramable que no deja su síntoma solo porque nadie le dijo antes que lo haga, que piense en positivo, sin interrogar el valor y la satisfacción que el síntoma anuda. Políticamente se trata de la eliminación de la democracia: “¡afuera!”.

Sobre estas cuestiones les recomiendo los trabajos al respecto que viene realizando Gabriel Levy, a propósito del «Curso de verano», que dictó en su institución y que me fuesen adelantadas en algunos almuerzos entre conversaciones.

Pero eso es otra cuestión que daría para varias charlas, sí es para pensar qué es en ese estado de cosas donde el psicoanálisis va a moverse y probar su efectividad. Esos modos en que se manipulan los significantes amos de la época tienen efectos simbólicos, imaginarios y reales sobre los cuerpos hablantes. Determinan las afirmaciones que hacemos sobre la realidad, los modos de vestirse, de amar, de tener relaciones y también cambios en la organicidad. Ciento cincuenta años atrás, antes de la construcción de las cloacas, nos sería invivible e irrespirable el aire respecto de la modificación orgánica que hemos sufrido a partir de ese invento.

Ahora bien, respecto de la pregunta, luego está la política “en” el psicoanálisis, y otra aún la política “del” psicoanálisis. Con lo que dijimos anteriormente si suele decirse que política del psicoanálisis es la política del síntoma, este resurgimiento para nada nuevo de prácticas políticas totalitarias, fascistas, son el envés de la política del síntoma, son la búsqueda de su eliminación.

Pongamos como ejemplo un sintagma lacaniano que ha sido usado de manera abusiva por los psicoanalistas: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de la época”, que puede leerse en un escrito de 1953, Función y campo de la palabra, donde Lacan plantea un retorno a los fundamentos freudianos. Esto no quiere decir como se transmite que el analista debe estar a la altura de nada, ni que el horizonte del analista sea la época. Una cosa es el horizonte del analista y otra la época. Una cosa es el sujeto y otra la subjetividad. Pensar la subjetividad de una época, el lugar y prestigio que el discurso del psicoanálisis tiene entre otros discursos, y cómo las variaciones hacen a la efectividad del método son parte de su política y hacen a su eficacia.

Es decir que todas las acciones para incidir sobre el estado actual de cosas, sobre el prestigio del discurso del psicoanálisis, su lugar y su valor en el mercado de los saberes, su difusión y su profundización, etc.… son parte de lo que se llama una política. Cada practicante del psicoanálisis, lo sepa o no, está comprometido con hacer existir el psicoanálisis.

Son sobrada las veces que Lacan y Freud no dejan de reparar en este hecho, “la efectividad del analista depende de la situación del psicoanálisis” decía Lacan, “la multiplicación de nuestras posibilidades terapéuticas cuando recibamos la confianza general”, esperaba Freud al referirse al incremento de autoridad como condición necesaria para una perspectiva futura del psicoanálisis junto al progreso interno y el efecto universal del trabajo.

Sabemos que el prestigio por sí mismo, si no se anuda a ningún logos, funciona lo que funciona. Algo apoyado exclusivamente en la sugestión tiene el tiempo de la moda. Una terapia breve, lo es en todo, breve en su duración, pero también breve en la duración de sus efectos, su eficacia, su importancia. Pero eso no implica prescindir de la sugestión y creer que podría haber transferencia pura, sin efectos sugestivos.

Claro que en nuestro caso se trata aún más, del prestigio del castellano. Hay entonces una relación entre prestigio y autoridad. Se trata de la autoridad analítica, y en este caso se trata de la autoridad de nuestra lengua, la autoridad analítica en el castellano rioplatense.

Hay que poder incidir en el campo social, como así también entender los efectos sobre los modos institucionales, y poder estar listos y pensar un cambio de la forma del psicoanálisis. La verdad freudiana, el horizonte del analista, su real transhistórico, no es que todo eso vaya a perderse por el cambio de época. Podríamos suponer lo contrario, solo pasará esa verdad si captamos la lógica de los tiempos modernos.

Así como en un análisis ante una nueva verdad no basta simplemente con darle lugar y darse por satisfecho con eso, sino que hace falta algo más, que es tomar nuestro lugar en ella. En la historia del psicoanálisis nos sucede algo similar. Y hacer eso exige que uno se tome la molestia. Se trata de tomar nuestro lugar en la historia, respecto de la verdad freudiana y su traducción a nuestra lengua.

Respecto de lo anterior, el problema de clínicos versus teóricos tiene su historia mayor y menor. Mayor porque es algo eterno, podríamos mencionar en los tiempos mismos de Freud el prestigio de los investigadores en oposición al médico de barrio. La dialéctica entre los teóricos alemanes y sus universidades del saber, en oposición al modelo de la universidad clínica francesa que funcionaba en los hospitales.

En un sentido general digamos que el conflicto siempre aparece en lo político. Respecto de esto siempre hay una acusación de suciedad, de oscuridad en relación a lo político. Una acusación de desvío en lugar de atender a lo teórico o lo clínico. Cuando la cuestión es la articulación entre lo clínico y lo teórico bajo las coordenadas del espíritu de una época. Lo antipolítico es su disyunción. Los teóricos se encierran, quedan hablando solos y detestan lo popular. Si se vuelve popular es porque se traiciona la esencia, se vuelve demasiado sencillo se degrada, tal es así que deben volverse muy sofisticados y complejos, y la prueba de que están en lo correcto y no han traicionado la esencia freudiana es que de tan sofisticados ya nadie entiende nada, ya nadie los escucha.

La pureza clínica es mucho más extendida.

Partamos que Lacan cuando teoriza la dirección de la cura, no de tratamiento sino de la cura en sí, se trata de la transferencia y la interpretación como tácticas y estrategias que se organizan por una política. Entonces la política es en relación a un deseo inconsciente que se resuelve en el análisis, por lo tanto es fundamentalmente la pregunta por el acto, por lo que hay que hacer y cuándo. Aquello que organiza la táctica, lo que sirve solo a cada ocasión, es decir la interpretación y la estrategia de menor dominio que es la transferencia. La política, para empezar a decirlo todo, es la relación a un deseo, la política es un deseo y toda política lleva la orientación de las traducciones que un deseo hace posible sobre otro deseo que también es inconsciente. Entonces si la política es sucia digámoslo, ninguna cura es limpia. Ningún deseo lo es, y ningún deseo deja de mancharse del deseo que le permite su traducción.

Clínica y teoría son formas de la pureza, anhelo de almas bellas, cuanto más separadas se pretenden, por ser modos ambas de expulsar lo que las anuda y anima, a saber: la política.

Pero para no irme por las ramas pensemos en la historia menor, nuestra historia local. Lo que Masotta juntaba con sus grupos de estudio que desemboca en la fundación de la primera institución de psicoanálisis de orientación lacaniana en la Argentina y que permite el ingreso de Lacan a nuestro suelo, pronto se separó bajo esta condición los clínicos versus los teóricos.

El psicoanálisis lacaniano bajo el nombre de Masotta organizaba una política de lo propio y lo extranjero, una política de la apropiación, de tomar lo ajeno para hacer lo propio y hacer lo nuevo. Agrupaba, hombres y mujeres de letras, filosofía, del estructuralismo, sociología, el arte, la filosofía, la medicina, la psicología e incluso sin formación universitaria. Pero pronto con la partida de Masotta, el manoseo correspondiente y su posterior fallecimiento, la fragmentación tuvo lugar bajo uno de tantos emblemas que fue teóricos versus clínicos, que era un modo de segregación respecto de la procedencia y la formación de cada uno. Los que venían de la medicina se abrazaron a la clínica y los que venían de otros campos a la teoría. Muchos años después esto se resolvió de la peor manera por la masiva entrada del psicoanálisis a la universidad de psicología, unificando el dilema en la figura de los psicólogos que ya no tienen ni formación teórica ni formación clínica, si se me permite la ironía.

Por supuesto que Masotta no fue ajeno a estos prejuicios que le cayeron desde ambos frentes. Que no era clínico, que no tenía experiencia con pacientes, que no había atendido, etc. Además de lo pueril de la discusión, está comprobadisimo que no era así, pero incluso, ¿cómo se mide la experiencia clínica del analista en una práctica del caso por caso? El dispositivo del pase verifica el propio análisis del pasante, no la experiencia clínica del analista.

No tardó en llegar el otro frente bajo la pregunta viciada del academicismo mortificante, ¿tiene Masotta realmente una “obra”? Qué ejercicio del onanismo que es por momentos el pensamiento. Se nota como en esos vicios siempre se esconde el rechazo de la política, ¿no? Se desentienden de los intereses que se ponen en juego.

Entonces, ¿estas diferencias responden a un problema teórico, clínico o al fracaso de una política que integre esos grupos? Un significante de esa política es el nombre Oscar Masotta. Y en nuestra historia ya se anuda el fracaso de esa política. El rechazo de Masotta, alentado por el triunfo del narcisismo de las pequeñas diferencias, permitió la fragmentación sostenida en pequeños grupos y la reintegración de su nombre a otros movimientos. ¿La operación de Masotta fracasó, ya se realizó, o es un futuro anterior que aún está por venir?

Esta es una pregunta del movimiento de Psicoanálisis en Lengua Castellana (PLC). Lo diría así, parte fundamental de la política de PLC es ver la posibilidad de reorganizar lo que ese nombre agrupaba.

Somos una especie de reserva natural del psicoanálisis, el país con más analistas y producción de psicoanálisis por metro cuadrado. Podemos ofrecernos como ejemplo al mundo ¿no?, lo bien que le va a un país analizado, con muchos analistas, sin conflictos, en armonía, votando muy bien en las elecciones. Dejando a un lado la ironía, algo de esa masividad solo queda para consumo local, para consumo de cada grupo, diría, cantidades de papers que nadie va a leer ni escuchar nunca y con solo oír cómo empiezan ya se puede uno anticipar todo lo que vendrá.

Pienso que si hemos podido ligar la política al deseo y a la traducción, entonces hay que pensar que los destinos de la operación de Masotta hacen al modo en que el psicoanálisis lacaniano ingresa a la Argentina, se expande, se traduce. Si la política es la manipulación de los significantes amos, ¿qué se entiende por ellos?, es que en la política se está de lleno en el problema de la traducción en tanto esta es un anudamiento narrativo que se sostiene en el relato que establece un sostén entre las palabras y las cosas. Las crisis políticas son crisis donde el relato ya no puede sostenerse y las palabras empiezan a divorciarse de las cosas. ¿Qué se entiende por libertad? Es un problema político desde siempre, pasando por la revolución francesa que hoy estalla por todos lados.

Freud llama represión a la falla de traducción entre los sistemas. Podemos decir que hay algo de la operación Masotta que queda reprimido, cuando no forcluido. El efecto es que no se piense la relación entre la clínica y nuestra lengua. ¿Cuál es la particularidad del ejercicio del psicoanálisis en nuestra lengua? En este punto teoría y clínica se anudan. En el punto preciso donde se pone en relación a la lengua. El psicoanálisis entonces entra como si fuese un cauce natural, y en las universidades de psicología (no hay universidad de psicoanálisis, sino que este está en universidades de psicología, un poco medicina y apenas en letras), hay escuela inglesa, escuela francesa, psicoanálisis Freud, psicopato, etc. Y un psicoanálisis en lengua castellana, brilla por su ausencia. El lugar de Masotta, de nuestra historia, de nuestros nudos, giros. Otro síntoma academicista es suponer a Freud superado por Lacan.

La desexualización del psicoanálisis toca la represión de Freud, pero esa represión en nuestro suelo tiene un nombre, la represión de Masotta.

El sentido común suele entender que mimetizarse con alguien es perder la identidad, caer en una pura imitación que anula la diferencia y singularidad de quien se mimetiza. Sin embargo, a contramano de este sentido, solés dar a la mimesis una función productora y no meramente reproductora. ¿Como pensas esa inversión de sentido?

Esta pregunta me gusta particularmente porque se anuda con la anterior, y además es un modo de responder a cómo son los modos de apropiación y producción de saber en la Argentina. En principio podríamos decir que está el problema de la identidad, las identificaciones y la mimesis. Es decir que está en el centro del problema de lo propio, lo idéntico, lo extranjero, lo otro y sus relaciones. ¿Qué es mío, qué es del otro? ¿Qué extranjero soy para mí mismo?

Hay que pensar a dónde llega el psicoanálisis, cuál era el sustrato, la idiosincrasia, el suelo argentino que lo recibe y qué efectos produce. Germán García escribe “La entrada del psicoanálisis en la argentina”, y nos invita a pensar cómo continuar la política de Masotta. El Masotta de Germán es el más prolífero para nosotros. Ahora, ¿qué estatuto tiene esa entrada? ¿Con qué elementos se recibe, y cómo nos apropiamos de eso que viene de Viena y tiene un paso fundamental en París? Sería muy largo caracterizar esa Argentina que recibe el psicoanálisis freudiano primero y la que recibe el lacanismo después, hay trabajos sobre eso de Germán García, de Marelo Izaguirre, infaltables para nuestra formación.

Sí diremos algunas cosas, y cómo de ahí se desprende que la mímesis es un modo de apropiación primero, bastante nuestro, un gesto creativo genuino que responde a nuestra condición periférica, a nuestra historia y a nuestra ausencia de tradición. Echeverria buscaba una filosofía argentina y no la encontraba, una literatura argentina y no la encontraba, lo mismo con una doctrina política.

Germán recuerda una sentencia de Hegel de 1830 sobre América: “no es más que eco de viejo mundo, reflejo de vida ajena”. Eco y reflejo, copias de sonidos e imágenes. Se trata de pensar nuestra identidad, los rasgos que resisten a ser asimilados por lo extranjero, pero que a su vez permiten su integración.

La imagen de un argentino de 1837 se puede retratar como un arlequín vestido de retazos de elementos extranjeros luego de sentir la miserable desnudez de separarse de España, sin saber si deshacerse de esas ropas y comenzar de cero o utilizarla como propia.

Gabriela Mistral en la línea de la sentencia de Hegel decía de América algo así como que, “la imitación más que un gesto era parte de nuestra naturaleza, de nuestra piel toda de poros, que lo mejor y lo peor que nos tocó, y vivimos a merced de la atmósfera”. Y Witold Gombrowicz en esa sintonía, y con su deliciosa ironía, hace una apreciación más local, “a los argentinos todo les entra, pero les entra tan fácil que es como si no entrara”.

Entonces está la pregunta ¿Cómo de lo otro invento lo propio? Esto hace tanto a la constitución del sujeto, de su deseo, como a lo que estamos atendiendo, una política de intercambio con lo extranjero, de producción de lo propio. De definir un ámbito al que llamamos, de alguna manera, patria. No hay que olvidar que la identificación es una separación respecto del otro. Pero, no hay identificación sin mímesis.

Esta posición entre desnudez y retazos de colores, esta piel toda de poros que nos deja a merced de la atmósfera, esta ausencia de resistencia a lo que entra supone una posición más próxima a la mimesis que a la identificación. Sin embargo, leo ahí toda una operación de producción, de creación.

Florencia Abadi es quién ha profundizado mucho sobre esta cuestión de la mimesis. La mimesis tiene una larga tradición que podríamos agrupar en dos columnas. Una en relación a la representación es la línea aristotélica, que es la que mayor continuidad ha tenido, y otra que ha quedado reprimida, subterránea y detenida que es la línea platónica, que está en relación al cuerpo y su transformación.

Esta última línea olvidada es retomada recién a partir de los estudios de Henry Walter Bates y Muller sobre el mimetismo de animales e insectos. En donde no se trata de la representación ni de un uso estilístico, sino de la transformación del cuerpo que queda capturado por el medio, abigarrado al fondo, capturado por el ambiente.

Los desarrollos que más nos interesan son los de Roger Caillois por su cercanía con Lacan, por la agudeza de sus textos y porque Lacan lo toma en el seminario para pensar el problema de la función de la mirada, la percepción, etc. En esta línea la mimesis es lo que amenaza cuando falla la función del ideal que recorta un objeto. Y que Carlos Quiroga trabaja tan bien en relación a la mimesis donde lo que se cancela es la función del tiempo en Hamlet, y la función del espacio en el caso de Thomas el Oscuro. Aquí la mimesis se liga a lo mimético como amenaza cuando se cancela la función del fantasma.

La mimesis sería una identificación sin modelo en donde el ideal no opera, y el fantasma se fragmenta. Toda una clínica actual se desprende de esta lógica, más si tenemos en cuenta que se trata en Hamlet de la cancelación de los ritos, de la función del tiempo en relación al tiempo del duelo. “The time is out of joint”. Con todas las traducciones que se han y se siguen haciendo de esta frase. El mundo está fuera de quicio, el presente no es contemporáneo de sí mismo, porque no hubo tiempo del duelo, las tumbas no están bien cerradas y a los fantasmas se le dan por aparecer. Si pensamos que el capitalismo crea la ilusión de que es posible no tener perdida, que alienta al consumo, va contra los duelos y sus tiempos. Se pasa del instante de ver al momento de concluir, sin el tiempo de comprender. Es el objeto a, su función de tiempo, lo que está cancelado.

Esta línea entonces es sobre cómo uno queda absorbido por otro, como el cuerpo queda chupado hasta borrar la diferencia con el medio, cómo se deshace el fantasma, etc.

Sin embargo, hay una línea respecto del mimetismo que está en Walter Benjamín, por ejemplo en su texto “Sobre la facultad mimética”, que tiene otra orientación, más constitutiva que disolutiva. Más productiva, como bien ustedes dicen en su pregunta, que reproductiva.

Pero si la mimesis es imitación sin modelo, sin ideal, ¿Cómo es que se imita sin reproducir, sino que es una imitación que produce? Comienza pensando lo mimético como una facultad justamente de hacer, producir y establecer semejanzas, correspondencias. Estableciendo que el humano tiene una capacidad privilegiada donde el juego es el escenario de esta facultad. “Niños y niñas no sólo juegan a ser comerciantes o maestros, sino también juegan a ser molinos de viento y locomotoras. ¿Pero qué utilidad obtienen de esta instrucción en la facultad mimética?”

La danza y el teatro ya en Platón tenían esta dimensión donde no se trataba de hacer que se hace, sino de ser, de producir eso con el cuerpo y vivirlo tanto en la danza como en la actuación.

A la manera freudiana compara a los niños con los pueblos primitivos y nos invita a pensar un genio mimético que no se rige por las coordenadas modernas de la imitación. “Si el genio mimético fue verdaderamente una fuerza determinante en la vida de los antiguos, no es difícil imaginar que debía considerarse al recién nacido en plena posesión de esta facultad”. Y ahí propone un concepto que me parece muy interesante, se trata de una, “semejanza inmaterial”.

Es decir que el genio mimético reconocible en los pueblos antiguos y en posesión del recién nacido es la facultad de establecer correspondencias, de producir semejanzas inmateriales. Y como si esto fuera poco, atribuye esa propiedad a nuestro lenguaje. Es decir, si poseemos una facultad de establecer semejanzas inmateriales, se trata de una propiedad del lenguaje. Y relaciona esta semejanza con la escritura más que con el habla, incluso las onomatopeyas.

¿Por qué las onomatopeyas son diferentes en distintos idiomas? Porque lo que importa no es el sentido, o incluso el sonido, es una copia de semejanzas inmateriales, no de la forma, tampoco de su contenido. Por eso piensa en la escritura, pero no tanto en la palabra escrita como en el trazo. Hay una copia de un trazo que es anterior a la escritura, que es una correspondencia de una semejanza inmaterial. “Leer lo que no está escrito” concluye ese texto. Linda tarea para el analista, ¿no? Nosotros en psicoanálisis diríamos leer para que se escriba, para que se inscriba, y pueda ser oído por el analizante. En esta forma de mimesis entonces radica algo anterior a la escritura, es en el recién nacido, en los comienzos de su relación al lenguaje, y digamos como yo lo entiendo, productora de un rasgo.

Respecto de lo que venimos hablando, de esta forma de nuestra américa, esto podría ser un modo de perderse o un modo de producir un rasgo. Ahí cito dos ejemplos, lo más breves posible. Uno es Borges, quien nos ha invitado a repensar nuestra relación entre el centro y la periferia, y a explotar y expandir nuestra condición de periferia, nuestra potencia periférica que nos hace poder echar mano a toda la literatura universal para construir nuestra tradición.

Un ejemplo hermoso es Pierre Menard autor del Quijote. En este cuento Borges nos lleva a pensar la copia como un hecho artístico, la repetición un modo de pensar la modernidad, donde Pierre Menard no copia el texto, sino que copia el acto de crearlo, producirlo, al punto que Borges los compara destacando que el de Pierre es mejor que el de Cervantes, siendo iguales. Y no es cualquier texto, es la copia de la obra más importante en lengua castellana jamás escrita. Si no lo leyeron ¡léanlo! Pero eso no es nuevo para él. Borges utiliza él mismo este recurso en los textos que se agrupan en Historia universal de la infamia. Donde ya en su prólogo nos dice que la lectura es productiva y más importante que la escritura.

Ahí Borges mismo es su propio Pierre Menard con El brujo postergado, donde toma un cuento del conde Lucanor y lo transcribe casi sin cambiar nada y lo firma como propio. Y el hecho artístico está justamente en esa repetición. Ubicándose como lector más que como escritor, leer lo que no está escrito decíamos hace un rato.

El segundo ejemplo más cercano a nuestra política es que hay algo de este gesto de apropiación mimética cuando Masotta “funda en la parodia”. Hay algo de la parodia, que es también el caminar al lado de, con cierta forma de la imitación en ese al lado de, que toca este gesto mimético de creación.

La traición a Masotta nos dejó parodiando la parodia y ahí todo se puso grotesco. Masotta viaja y le dice a Lacan que va a fundar una escuela en argentina de orientación lacaniana. Lacan se niega y Masotta funda igual. Esa la vuelve más lacaniana dado que se funda en la soledad del deseo, sin garantías ni amparos, con su marca, su rasgo que resiste al universal y que tenemos que recuperar.

Fíjense que con esto dicho nos topamos con esto donde el lector es coautor de la obra, el que lee escribe con su rasgo lo que no está escrito, pero no existiría sin lo anterior. Estamos de lleno en el problema de la traducción.

La operación mimética inventa algo que no existía a partir de algo que por esa creación se construye como antecedencia a la que aún no se ha alcanzado. Es la lógica de Kafka y sus precursores, también de Borges.

La traducción le debe al original su existencia, y es siempre una nueva producción que conserva algo, pierde algo y agrega algo. No hay modo de traducir literatura sin hacer literatura. ¿Cómo traducir un poema sin hacer poesía? Imagínense la sonoridad de un poema traducido palabra por palabra por el sentido. ¿No es acaso el sujeto un poema del inconsciente?

Hay algo intraducible en la traducción, reconocida esta alteridad radical nos topamos con en el momento de decidir, es la política del acto del traductor. Ahí nos chocamos con su deseo, como su deseo es traductor de un deseo anterior.

Los analistas tenemos una teoría sexual infantil y es que creemos que el psicoanálisis al igual que los niños vienen de París. Esto es parcialmente cierto porque olvidamos a Freud y que este hablaba alemán. Es decir que si nos preguntamos de dónde viene el psicoanálisis, el origen, nos conduce a Freud y su deseo. Así como cuando el niño pregunta a sus padres de dónde vienen las cosas, es un modo de interrogar el deseo del otro, el deseo que lo hizo nacer. Del mismo modo interrogamos el deseo de Freud que sigue sin ser interpretado cabalmente de ahí lo indestructible y la posibilidad de nuevas lecturas y nuevos retornos. Freud aún no ha llegado del todo, está por venir, viene del futuro, pero para eso hay que leerlo, para eso hay que leer lo que no está escrito, hay que traducir.

Para el traductor se trata de cómo su deseo se apoya en otro deseo para ser. Como su deseo es necesario para hacer pasar el deseo del otro a otra lengua ¿No es acaso que se trata del deseo de Freud? ¿No es todo el problema, cómo traducir el deseo de Freud, como hacerlo retornar a donde nunca estuvo, a saber la lengua castellana?

Borges decía con su genio e ironía, “el original no es fiel a la copia”. Esta función de la mimesis, pensada así es un eje fundamental del movimiento de PLC, especialmente en lo que hace al modo de traducción que tenemos en nuestra América. De cómo tomamos lo otro para hacer lo propio. Como el gran Shakespeare retrata en la tempestad, esa lectura entre líneas de la conquista de América, donde el personaje Calibán (juego con el término caníbal), el habitante de la isla, preso por el conquistador Próspero, le escupe en un diálogo. “Me has enseñado el lenguaje, y el provecho que obtuve es que te puedo maldecir, ¡que te de peste roja por mostrarme tu idioma!

El maldecir, la maldición, el mal dicho, lo que se sale de la norma, lo que suena raro, el rasgo, lo que resiste al universal. Hay algo de lo bárbaro ahí, de la barbarie. Bárbaro proviene de bla bla, el balbuceo. ¡Ahí estamos! Ese balbuceo que resiste al universal, ese rasgo que no se deja absorber con el cual traducir, esa semejanza inmaterial producida en los inicios del niño antes de que la sintaxis haga su trabajo, esos sonidos primeros diría Carlos Quiroga, antes de que la lengua de la madre celosa los sucumba al olvido, esos restos, detritos, la producción de eso, su articulación al estilo y su función en la traducción es de lo que PLC debe ocuparse. De ese pase entre lenguas, pero también de las traducciones dentro de una misma lengua.


Juan Manuel Quiroga (Buenos Aires, 1983)

Psicoanalista. Miembro fundador del Centro de Lecturas Debate y Transmisión. Institución declarada sitio de interés por el senado de la nación por su tarea de investigación y difusión del psicoanálisis y su relación a otras disciplinas como el arte, la filosofía, y la literatura. Se desempeָñó como director de la institución por tres mandatos. Impulsor del movimiento Psicoanálisis en lengua castellana. Licenciado en psicología. Maestrando en psicoanálisis. Docente por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora en las Cátedra de Teorías Psicoanalíticas Contemporáneas, Psicología Psicoanalítica y Psicología General. Presidente y Director de Promover Asociación Mutual. (Centro dedicado a la atención y asistencia de personas multidiscapacitadas, enfermedades neurológicas, T.G.D. y enfermedades del espectro autista, en diferentes programas y dispositivos. Hogar con Cet, Cet y consultorios externos). Ha escrito diferentes libros en colaboración y publicado artículos y textos en diferentes revistas.