
En la actualidad las presentaciones clínicas no responden de forma unívoca a las neurosis que podemos leer en los historiales clínicos de Freud. Esto interpela al psicoanálisis y anima a darle otra vuelta a la letra freudiana. Se sitúa una línea de lectura que se encuentra en los márgenes del núcleo teórico duro de Freud: el territorio de las pasiones, el carácter, y su relación con lo femenino.
En la teoría psicoanalítica freudiana, siempre se le ha dado al Edipo el estatuto de complejo nuclear de la neurosis. Consecuentemente se ubicó a la angustia de castración como aquello que permite la salida del mismo para los varones, mientras que para las niñas es el motivo de su entrada en él.
Se propone una operación de lectura que cuestione la posición determinante del Edipo en la clínica actual. Siguiendo esta línea, se ubica la neurosis como un modo de tratamiento de lo femenino en todos los seres hablantes. Por lo tanto, si se dice que el mito del Edipo es un tratamiento, debe existir algo que lo anteceda y con lo cual, según se verá más adelante, las mujeres tienen un contacto más directo que los varones.
Hay todo un pasaje pre-edípico, un territorio lagunoso en el cual la relación con el otro materno juega un papel crucial. En el texto “Sobre la Sexualidad Femenina” (1931), Freud sentencia que tanto en la niña como en el varón la madre es el primer objeto de amor. Continúa mencionando que en los casos donde hay una vinculación particularmente intensa para con el padre, ésta ha sido precedida por una unión igualmente intensa para con la madre, concluyendo que esta primitiva relación con la madre preedípica adquiere una importancia determinante para las mujeres. Freud acaba elevando este periodo al estatuto de germen del cual partirán todas las fijaciones y represiones que darán génesis a la posterior neurosis. Es claro entonces el paralelismo que ubica con el “Complejo nuclear de las neurosis”, aquello que entendemos por Dispositivo Edípico.
Por otro lado, en este mismo texto, Freud trabaja sobre las diferencias del pasaje edípico en los sexos. Partiendo ambos del objeto amoroso madre, el niño se mantiene en esta relación, mientras la mujer debe mudar de objeto hacia el padre. Por lo tanto, en el complejo de Edipo positivo se obtendría la siguiente fórmula: se mantiene un vínculo amoroso con la figura parental del sexo opuesto, mientras que con aquél del mismo sexo prima la hostilidad.
Según Pommier los varones rechazan la feminización a través de la guerra (la rivalidad, la lucha) mientras que las mujeres son no-todas feminizadas, aceptan solo en parte tal feminización. En Freud esto es claro, los varones entran en rivalidad con el padre como condición para poder gozar, mientras que las niñas apelan a él esperando recibir algo (un hijo). Pensamos que la expectativa de recibir un hijo del padre no es lo mismo que tenerlo, porque un hijo se inscribe dentro de la lógica fálica por medio de las ecuaciones simbólicas, mientras que la expectativa de recibir es una posición particular respecto al falo: no es ni serlo ni tenerlo. Esta posición pasiva, que Freud destaca como femenina por excelencia, escapa a la lógica significante que rige el inconsciente donde no hay representación de la diferencia sexual, solo están los pares activo-pasivo, fálico-castrado, es decir el rechazo a lo femenino.
Si se entiende que el pasaje por el Edipo instaura las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica, el varón debe ser capaz de concebir que puede perder el pene para que este tome el valor simbólico del falo, lo que hace a la alternancia presencia-ausencia que a su vez hace a la lógica significante.
En las presentaciones clínicas actuales se deja entrever una desestimación de la constitución edípica como reguladora del goce. Estas nuevas presentaciones clínicas implican una particular relación con la castración. Se puede pensar que la castración como tal, ya no está inscripta en términos de una pérdida sino en términos de una privación, es decir que no se lee al goce absoluto como algo del orden de una imposibilidad sino como un perjuicio del cual se debe ser resarcido.
Si se remite nuevamente a la letra de Freud se puede pensar que el padre de “Tótem y Tabú” (1913) es aquel que se ha llevado el goce consigo: el padre de la horda podía gozar de todas las mujeres, por lo tanto no estaba afectado por la castración. Es justamente esta posición la que lo ha llevado a su asesinato y por este motivo nadie puede ocupar ese lugar, ya que implicaría correr el mismo destino. Se entiende que este antecedente funda el lugar de la excepción y el lazo social. ¿Por qué funda el lazo social? Porque se comprende que estamos todos afectados por una pérdida de goce, si esto no es entendido de este modo se rebaja la castración a un menoscabo, invirtiendo la fórmula: se va desde “nadie puede ocupar el lugar del padre” a “todos gozan menos yo”. Esta posición toma la forma que describe Freud en “Algunos tipos de carácter…” (1916) cuando menciona las excepciones.
Por otro lado, si se piensa en la lógica de conjuntos, se sabe que debe haber un elemento que no pertenezca a este para que lo funde como tal. Este es el lugar del padre totémico: la excepción al conjunto de los afectados por el complejo de castración, que a su vez funda el mismo. Si se desmiente la función de la excepción, se borra la diferencia, quedando todos los elementos del conjunto del lado de la excepción, disolviéndola. Esto lleva al ya mencionado “todos gozan menos yo”.
Suponer a los otros como completos permite volver a pensar lo que sucede con la madre preedípica. Este otro materno puede responder a la madre fálica, representante del borramiento de la excepción, de aquello que se inscribe como no-todo. Esto trae como consecuencia la necesidad de ubicar otros estatutos para la angustia, en contraposición a la angustia de castración.
En su texto “El Sepultamiento del Complejo de Edipo” (1924) Freud aparta de la feminidad lo referente a la angustia de castración, poniendo en duda la vigencia de ésta para la formación del superyó femenino. Dos años más tarde, en “Inhibición Síntoma y Angustia” (1926) retoma la problemática para ubicar que hay otro tipo de angustia que es significativa para la posición femenina: la angustia por la pérdida del objeto. Recalcando que no no se refiere a la pérdida real del objeto, sino más bien a la pérdida del amor de parte de éste. Otra forma de la angustia que no responde a la lógica de la castración es la angustia del desamparo original, sostenida en aquella primera experiencia de dolor, en la cual el infans debe ser auxiliado por un otro mediante una “acción específica”: una traducción que va del grito al llanto, al llamado.
Se concluye, a los alcances de este recorrido, que si lo femenino no logra tramitarse de forma edípica se pueden ubicar padecimientos que van más allá de las formaciones sintomáticas clásicas, en las cuales actúa la represión frente a una representación inconciliable para el yo. En las presentaciones actuales, el sufrimiento parece no enlazarse con la trama edípica, en ésta línea se ubican las pasiones, el carácter y la defensa como objetos de una clínica posible.
El presente escrito tiene su fundamento en los encuentros de los lunes, dónde nos reunimos con compañeros a leer a Freud bajo el nombre “Los Nietos de Masotta». Con este nombre nos ha bautizado Juan Quiroga. Mis agradecimientos a Juan por recibir a este grupo de pibes y laburantes para compartirles algo una trasmisión que no cesa. Incansables nos encontramos cada lunes para seguir leyendo, hablando y compartiendo. Me atrevo a hablar por mis compañeros y compañeras, al decir que nuestros lunes ya no son solo una vuelta a la rutina automatizada, sino un escape de ésta. Les digo gracias a ellos.

Magdalena Trimarco (Buenos Aires, 1999)
Lic. en Psicología de la UBA. Participante del grupo de estudio «Los nietos de Masotta». Participante oyente del «Colegio de psicoanalistas». Aficionada al séptimo arte.
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