
¿Qué es lo que hace que un hermano se vuelva un hermano? El lazo de sangre, el provenir de una misma matriz, ¿hace del hermano un hermano? ¿Quién es un hermano? Por qué no es tan seguro que esto esté garantizado de entrada.
Santiago Ragonesi en su libro Hermanos. Celos, culpa y trauma trabaja la cuestión del lazo fraterno, indicando que el mismo, desde sus orígenes, está ligado al conflicto. Por ejemplo, en la religión cristiana uno de los primeros elementos que aparece en la Biblia es el fratricidio entre Caín y Abel. También en la tragedia, tanto la obra de Antígona como la de Los siete contra Tebas tienen su origen o derivan de un conflicto entre hermanos. En ese libro, se presentan tres posibles vías de estudio: en primer lugar, la interpretación edípica, es decir aquella que implica la rivalidad y la competencia entre hermanos por la posibilidad de ocupar (o perder) un lugar respecto al amor de los padres. En segundo lugar, la relación entre hermandad y culpa leída desde el mito freudiano moderno de Tótem y Tabú. Por último, la relación entre el prójimo y el hermano donde el hermano puede pensarse como una de las figuras del prójimo, la cual remite a esa extrañeza que en última instancia no es sino la propia.
Me interesa recuperar la segunda vía de crimen-culpa-fraternidad que nos dirige hacía ese mito a-histórico inventado por Freud tomando dos elementos: la deducción de Darwin sobre la existencia de la horda primordial y la caracterización del banquete totémico de Smith. Con esos dos Freud elabora el 0: el mito del asesinato del padre primordial. En este sentido, Tótem y Tabú es un texto sobre el nacimiento de lo humano (o del hombre podríamos decir también) y el inicio mismo de la cultura, el cual no es sino a partir de la prohibición.
Mientras que Darwin suponía, del estudio de los monos superiores, la existencia de distintas hordas dentro de las cuales dominaba el mono macho fuerte y viejo, quien sometía de igual manera a hembras y machos, por lo que una vez alcanzada cierta edad los monos jóvenes se exiliaban y recelosos recreaban su propia horda. Robertson Smith descubre, por su parte, un ritual denominado “el banquete totémico”, donde de manera periódica los miembros de una tribu sacrificaban y comían a un animal que representaba su animal totémico, de modo que en la comensalidad se producía la unión entre sus miembros y dicho animal totémico. A la matanza le seguía un lamento compulsivo y luego un júbilo festivo. A partir de estas dos ideas Freud esboza el mito de la siguiente manera:
Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron a cabo lo que individualmente les habría sido imposible. Que devoraran al muerto era cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y ahora en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza. El banquete totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad sería la repetición y celebración recordatoria de aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron comienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión (Freud, p.203, 1912)
Entonces, es a partir del del asesinato del mono macho jefe que se produce, a la par que se instaura la prohibición y una serie de restricciones entre sus miembros, el nacimiento de: la cultura, del hombre, las religiones, los sentimientos éticos, etc. En este sentido, la humanidad deviene humana a partir de una renuncia ligada a lo pulsional. Es por la pulsión (y por su renuncia) que se posibilita la historización como tal.
La lectura de Carlos Quiroga en El prójimo y lo abyecto es realmente orientadora: para que se funde la serie es necesario que primero haya un lugar vacío. El mito nos muestra así un modo de tratamiento de lo pulsional (entre la pulsión de devoración que es primera y la prohibición) que permite la creación de un vacío en torno al cual se funda el lazo social. La humanidad se funda como bordeando ese vacío. El acto de devoración es en sí mismo creador en el sentido de que el asesinato es justamente la fundación misma de ese vacío. Porque se lo come, se lo mata y lo que se incorpora es justamente el vacío de ese padre que ingresa como padre muerto. Ese padre muerto se lleva sobre sí el excedente de goce, siempre y cuando los hermanos, por el amor devenido culpa, se instauren la prohibición y ese lugar quede vacío. Es a partir de ese pacto que se funda el lazo social y con ello, los hermanos. Es decir, la hermandad en el crimen. Santiago lo dice de la siguiente manera.
Es en el intento de incorporación de aquel rasgo de goce supuesto y posterior muerte, y que paradójicamente más que poseer dicho poder, en su lugar adviene la culpa, y así lejos de habilitar el usufructo del poder, sobrevendrá el remordimiento, produciéndose en ese mismo momento la hermandad en la culpa. Con lo cual no hay hermandad más que luego de aquel acto y en la culpa, que será ya su efecto (Ragonesi, p.55, 2016)
Desde esta lectura podemos afirmar que se es hermano por el acto (crimen) y en la culpa compartida. En este sentido lo que hace a la hermandad tiene que ver con cierta posición que no es sino la asunción de ese crimen parricida culposo y que está en el origen. Ahora bien, la cuestión es comenzar a interrogarse qué sucede con la inscripción del parricidio cuando lo que se produce no es la hermandad en la culpa sino la guerra entre hermanos y una de las tragedias que retrata muy bien este conflicto es la de Los siete contra Tebas de Esquilo.
Los siete contra Tebas es la tragedia del fratricidio, del conflicto insalvable entre Eteocles y Polinices por usurpar un lugar. Esquilo narra esa pelea final dónde los hermanos terminan, tal como lo había dispuesto la maldición promulgada por su padre Edipo, muertos uno a manos del otro. Rey contra rey, hermano contra hermano y enemigo contra enemigo. El inicio del conflicto en sí es un destrato que tienen los hijos hacía su padre: en vez de brindarle un plato de comida le acercan un plato con huesos, sin carne, por lo que Edipo furioso profiere sobre ellos tres maldiciones.
- Que no tengan paz ni vivos ni muertos
- Que se maten mutuamente
- Que se repartan su herencia espada en mano
Maldiciones que son las que luego van a cumplirse en la obra de los siete. Finalmente, Edipo se exilia y lo que queda allí es un lugar vacío en relación al poder. Entonces adviene la pregunta, ¿quién ocupa ese lugar? Los hermanos ensayan una supuesta división armónica y equivalente, que es una de las formas de saltearse la elección, y así optan por dividirse el trono, un año cada uno. Esto funciona medianamente bien hasta que en un momento Eteocles (el más joven de los dos) finaliza su año de mandato y se niega a entregarle ese lugar a su hermano Polinices y lo obliga a exiliarse. El traicionado entonces huye hacía Argos, se casa con la hija del rey y arma un ejército de siete héroes con el cual busca la venganza, invadir a su patria, matar a su hermano y saquear con violencia la ciudad. Polinices encarna la Ate, esa ceguera que lleva al héroe trágico hacia su muerte inevitable. Sus actos son dirigidos por una pasión cruda y excesiva. Él avanza hacía el fin trágico aún sabiendo que su plan estaba destinado al fracaso, quizás porque lo que movía su acto no era tanto el volver a ocupar ese lugar de poder, sino más bien que su hermano no lo tenga. Es decir, si él no va a ocuparlo, que no sea ocupado por ninguno entonces.
Entonces tenemos la enemistad entre los hermanos, preanuncio del fratricidio. Y si hay algo que podemos decir es que parricidio y fratricidio nunca están lejos uno de otro. Mariano Bello en una de las clases dictadas en el grupo Savoy en Rosario dijo lo siguiente, “Siempre los hermanos y el parricidio son como el derecho y el revés. Cuando se matan entre dos hermanos lo que hay es la no inscripción del parricidio”. Entonces, ¿qué significa que el fratricidio sea la no inscripción del parricidio? Esto no deja de estar ligado a aquello que trabajamos en relación a esa vertiente del problema de la hermandad que deriva de la culpa y como una consecuencia del acto colectivo de pulsión-devoración-canibalismo.
El mito Freudiano es el punto de origen, es decir, es el 0 de la serie, es aquello que permite la fundación. Ahora bien, la tragedia lo que viene a mostrarnos es algo en relación a ese mito que falla. La tragedia en este sentido no es estrictamente el rito del mito sino justamente algo que puede fallar al interior del mito. Es decir, no está garantizada de antemano la inscripción de ese parricidio, y uno de los nombres de esa no inscripción es justamente el fratricidio que es siempre en relación al padre y a ese lugar que queda. Edipo se exilia y ¿qué pasa ahí? No es tan sencillo que ese lugar pueda ser ocupado, justamente, porque no se trata de ocuparlo sino de la sucesión de ese lugar.
Lo que la tragedia muestra en su escena es que algo al interior de las relaciones (padre-hijo, hermano-hermano, hijo-padre) falla, y esto es algo que toca al problema entre las generaciones y de la sucesión. En Edipo Rey no habría sucesión del poder ya que él llega al mismo de una forma violenta, asesinando a su padre. También Eteocles y Polinices en esa supuesta imagen ilusoria de una repartija equivalente y armónica del poder muestran su contracara sangrienta que es el fratricidio y la tragedia. En este sentido, poder y tragedia siempre están cerca. Ellos toman ese poder de un modo abrupto, ultrajan a su padre, lo mandan al exilio y después terminan matándose el uno al otro con tal de que ninguno ocupe ese lugar. Es un vacío que no puede ser incorporado y por ello la consecuencia que señala Carlos Quiroga: cadáver insepulto, venganza y muerte de los jóvenes. Preludio de la tragedia consecutiva: Antígona. Entonces, una clave para pensar la cuestión de la no inscripción del parricidio es justamente esta, qué pasa en esa sucesión padre-hijo porque eso es lo que después aparece bajo la forma del cadáver insepulto. Cadáver insepulto no es solamente el cuerpo de Polinices (que no se termina de saber ni de quién es) pudriéndose en la calle. Es eso, pero también algo más, es ese desorden a nivel generacional que hace que algo pase ahí y que la cosa no funcione.
Otra obra desde la cual puede ser trabajada la relación con la hermandad es la de Antígona, que es justamente el drama de la hermana. Antígona es la que posee alma de hermana. Toda la obra gira en relación a esa acción prohibida (el entierro del cadáver de Polinices) por la cual ella se sacrifica. ¿Cómo no enterrar a ese autádelphos? ¿cómo no enterrar a ese ser único, insustituible, que remite al ser propio de Antígona? Su hermano remite justamente a una parte de su ser propio que, en tanto lo pierde, se pierde a ella misma. Como dijo German García en el libro Diversiones psicoanalíticas, “muerto su hermano es su propio ser el que ha entrado en una sombra de muerte, Antígona está entonces entre dos muertes” (2014, p.111). Con la muerte de su hermano algo se pierde en ella que es irrecuperable y tiene que ver con el ser. Él es lo que es y por su único valor de ser, separable de su historia, ella está dispuesta a franquear el límite porque lo que los une es algo excepcional: un padre criminal y el lecho incestuoso. Polinices va a ser así ese último retoño criminal e insepulto por el cual ella da la vida y le presta su cuerpo.
Antígona encarna ese límite, con su propio cuerpo, como una víctima terriblemente voluntaria, y es sobre este límite desde el cual se desprende su brillo. Ese brillo mortífero que encarna lo más oscuro del deseo. Ahora bien, es un enigma ese ¿qué desea Antígona? Sin dudas desea lo imposible, pero ¿cuál es ese imposible? Ese punto de mira hacía dónde se dirige su deseo, que realiza la Ate familiar y que se posa en ese límite significante entre la historia y el ser, se dirige también a un interrogante que en su respuesta marca un particular modo de relación entre estos hermanos, ese interrogante es el que concierne al deseo materno, origen de todo, y en este punto es un deseo criminal e incestuoso. Acá es dónde se introduce la pulsión de muerte articulada al incesto y a ese deseo de volver a la muerte anterior a la vida. Antígona no quiere la muerte, quiere morir antes de la vida, se dirige hacia un final que está en el origen. En un punto cuando ella dice “yo estaba muerta desde antes”, con su muerte regresa a ese lugar que para ella es anterior y que le es propio: junto a su familia en el Hades. Si no pensamos esto junto a la cuestión del incesto hay algo que se pierde ahí y que articula toda la tragedia. Antígona no puede resignarse a volverse la guardiana de un deseo criminal, aun a costa de su propia vida.
La tragedia nos abre así dos vías para continuar pensando el problema de la hermandad bajo la vía del conflicto: el fratricidio y el incesto. Ambas son dos formas crudas dónde algo no puede ser perdido. Esa posición terca y obstinada de esos hermanos que se creen legítimos herederos, pero rechazan la antecedencia, así como también la actitud de Antígona quién avanza sin mirar atrás hacia ese fin trágico no pueden sino mostrarnos la imposibilidad de la incorporación. En este sentido, si uno no está dispuesto a perder, si no se permite que haya un lugar que quede vacío, no hay hermandad posible y lo que queda es una posición caníbal que goza de la cercanía al cadáver y que no permite la escritura de una historia propia (y no trágica).

Agustina Salvatore (Pergamino, 1997)
Vive en Rosario. Es practicante del psicoanálisis y docente de la cátedra Problemática Filosófica en la U.N.R. Forma parte del Grupo Savoy. Forma parte de la coordinación del grupo de trabajo El Método Freudiano en el Centro de Lecturas: Debates y Transmisión.
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