Oscar Masotta, la vía del ensayo en el psicoanálisis del Río de la Plata, por Ernesto Gallo


Propongo continuar con la premisa de que Oscar Masotta fundó una operación en el psicoanálisis en castellano que quedó inconclusa. Lo escuché de Mariano Bello en las reuniones de Psicoanálisis en Lengua Castellana, movimiento fundado por Juan Manuel Quiroga. Y también lo leí en una entrevista del año 2022 que le hicieron a Juan Ritvo. El psicoanalista santafesino, ante la pregunta “¿Y la llegada del psicoanálisis a la Argentina?”, responde: “Oscar Masotta tenía una intención que realizó solo en parte. Murió muy joven. Su idea era mixturar la tradición psicoanalítica francesa con la ensayística rioplatense. Es el intento que tenemos en Conjetural.  Eso ha fructificado muy poco. Mucha gente habla de Masotta, pero repite. No toman en cuenta la enseñanza. Aunque la idea de un psicoanálisis nutrido de una tradición rioplatense es de él, y es muy buena idea. Es esto que llamó alguna vez el paso de la lengua. De la lengua francesa a la lengua rioplatense. Pero creo que no se ha hecho, o se hizo muy embrionariamente. Es un tema que nadie discute en este momento.”

Podría haber hablado de otras, pero eligió esa, la de Masotta, la del ensayo, la de la traducción al castellano del Río de la Plata, porque probablemente también sea su puerta de entrada al psicoanálisis.

Alberto Giordano encuentra la respuesta del joven Masotta a un cuestionario sobre el ejercicio de la crítica, que Adolfo Prieto le había hecho a varios autores de ese momento, y escribe un ensayo. Sí bien Giordano lee a Masotta como alguien que forma parte del campo de la crítica literaria, lo que es pertinente al campo del psicoanálisis es la relación al saber que está puesta en escena en el texto que compila Pietro. En esa respuesta –Alberto tuvo el gesto solidario de facilitarme una copia–, que es un ensayo, Masotta dice que él no ejercía la crítica para llegar a resultados objetivos satisfactorios, sino que buscaba experimentar las dificultades de formación y de comprensión. Giordano dice, “el ensayista triunfa si sabe fracasar, si convierte en saber su fracaso”

El ensayo crítico conviene al psicoanálisis por la relación con la lengua y al saber que propone. Toma posición pero no se ubica en el lugar de juez. Corre el riesgo de que el acierto esté en la falla, y abandona las pretensiones técnicas de perfección profesional. No es un género, se trata más bien de una posición ante la lengua, de una ironía frente a todo dogma de saber establecido, pero no por eso es ecléctico. Avanza en la polémica, pero no se propone  desautorizar ni atacar a las posiciones contra las que arremete, sino que –al estilo de Masotta– intenta estudiar en detalle la posición del contrincante, para hablar desde ahí. Es un modo de leer, de escribir y también de hablar que en el momento mismo de enunciación busca decir algo que irrumpa y sorprenda –no por originalidad, ni brillantez–, sobre todo al que toma la palabra. Es una forma de interrogación y de exploración que no retrocede frente a la argumentación –sino que su andamiaje es la argumentación, de hecho el ensayo paga su “libertad con respecto al saber”  con una precisión argumentativa–, y que combate el intento de fijar los conceptos en fórmulas anacrónicas que funcionan como esculturas preciadas sobre vitrinas custodiadas por los burócratas del conocimiento. Objetos de colección que se exhiben y se repiten una y otra vez.

Jinkis escribe sobre Masotta en la Conjetural número 70, lo titula “Una pasión intelectual”, la idea central allí es la teoría como acción. Dice que Masotta veía trescientos alumnos por semana, que era un maestro, yo diría su maestro. Y lo describe así: “Masotta hacía y hacía hacer (escribir, traducir, publicar, crear revistas, fundar instituciones, inventar cátedras). Era una acción a cielo abierto, fuera de los dominios cerrados y las prácticas ritualizadas.” Oscar Masotta a fines de la década de 1960 desplegaba su programa de lectura de Freud, frente a trescientos alumnos por semana. En 1969 fundó los Cuadernos Sigmund Freud, acompañado de alguno de esos alumnos. En 1974 fundó en la parodia la Escuela Freudiana de Buenos Aires, después se va a Londres y a Barcelona. En 1978 se quiebra la escuela, se produce la famosa escisión –este tema da para escribir otro trabajo– y en 1979 funda la Escuela Freudiana de la Argentina. En España en 1977 funda La Biblioteca Freudiana de Barcelona y promueve la fundación del Instituto Gallego de Estudios Freudianos. En la Conjetural número 20, Jinkis hace una lectura de la presentación de la escuela de Buenos Aires en París. Se detiene en el lugar vacío de la fundación, pero no dice que ese lugar para que esté vacío primero tuvo que ser ocupado por alguien. No lo dice porque lo deja en acto en la escritura de ese ensayo y la tapa de esa edición, homenaje al psicoanalista del que estamos hablando.  Precisamente ese fue el motivo de la escisión, que algunos de los que firman el acta junto a Masotta lo empiezan a tratar como uno más, y si era uno más entonces la posición del fundador no fue ocupado por uno, sino por varios, lo cual deja la imposibilidad de que haya un lugar vacío, interrumpe la sustracción de ese lugar que solo puede ser ocupado por uno, un nombre, para después sustraerse de ahí, y que venga otro a ocuparlo para luego volver a dejarlo vacío y así. Es lo contrario a atornillarse a los sillones de autoridad en una institución. Afirma Masotta, “el efecto de corte no se distinguirá del lugar vacío de la fundación, espacio donde el gesto es repetición de un gesto: si no repartiremos anillos es porque esto será: un instituto de investigación psicoanalítica”. El gesto que se repite es el de Lacan al fundar su Escuela. Y, como termina el texto de Masotta, el proyecto instituido no tiene otra solvencia que el reconocimiento del trabajo futuro. La escisión se da porque se traiciona el pacto de origen, era un acuerdo que tenía el estudio en el corazón, la construcción crítica de saber se abandonó por ambición de autoridad, legitimidad y reconocimiento.

¿Por qué hacía todo lo que hacía? Desde que dio el paso del grupo de estudio a la institución, no dejó de fundar. ¿Era por el deseo de reconocimiento, por el afán de prestigio, por la sed de poder?

¿O más bien se trata de una necesidad del discurso, de buscar en la grupalidad institucional, en la parodia de la Escuela Freudiana de París. De intervenir en la transmisión de la lectura de Freud –volver a leer a Freud–, para recibir desde nuestra lengua –como lo dice German García–, desde el castellano del Río de la Plata, lo que Lacan decía en francés del retorno a Freud. Y dar una respuesta a la promesa de futuro –objetivo político–, de que el psicoanálisis pase de una generación a la otra?

Masotta pasa de los grupos a la escuela –a la institución–, en el acto de fundación. No por una pretensión de burocratización ni estandarización del saber –por ende que no es contrario a la vía del ensayo–, sino porque se daba cuenta de que si los analistas se seguían hablando solo entre sí, en las comodidades de un grupo de estudio, o de una revista, iba a suceder lo que él plantea así, “Estuve pensando hace poco en el destino de la literatura de quienes, como nosotros, sólo disponemos de los analistas como audiencia. Temible. Solo tendremos lectores dentro de veinte años (un escritor de otro tipo puede fantasear a su audiencia en términos de cientos de años) si la banda que hoy nos lee se mantiene hasta mañana. Como se ve, mi lamelle no carece de motivos para inducir vuestra investigación. Pero ¿qué es lo que hace que una banda pueda articular las oscuridades de hoy en una ciencia del porvenir?”. Fundar una escuela va en el camino de armar un exterior, porque de lo contrario no hay interior posible. No se trata de cerrarse en sí mismo en una endogamia mimetica. Pero esto último, y seguir existiendo mediante la segregación, es lo que tienta a los grupos.  La institución que Masotta fundó tenía como ética el nutrir al discurso del psicoanálisis con los distintos discursos de la cultura. El mismo Masotta era un ejemplo vivo de esa confluencia de los cauces de las distintas aguas discursivas. 

Podríamos decir que en lo inconcluso de la operación Masotta están las huellas para que nosotros, practicantes en formación del psicoanálisis –si es que tenemos un compromiso con lo que hacemos–, podamos pensar qué fue lo que falló ahí, y, en todo caso, en una nueva acción, fallar nosotros también. No se trata de restaurar un orden anterior, sino que, como dice Lacan, en la historización del pasado en el presente se puede producir una promesa de futuro. Porque yo hago una pregunta, ¿quién podría afirmar que dentro de cien años va a continuar existiendo el psicoanálisis en nuestra lengua? 

Ahora bien, no se trata de ignorar o intentar resolver la discordia estructural que existe entre la institución y la práctica del ensayo. La institución entraña el problema del poder y de la autoridad, por ejemplo esto se ve en las jerarquías. En las escuelas fundadas por Masotta era el tema de los lugares de Analista Escuela y de Analista Miembro de la Escuela. En otras se trata del directorio o la comisión directiva. Este conflicto engendra una resistencia al ensayo, porque justamente lo que se pone en jaque es toda autoridad con respecto al saber. Carlos Quiroga, alguien que ocupa el lugar de mediación entre la generación de Masotta y nosotros, compiló un libro llamado “Ensayos Freudianos”, que fue publicado por la Escuela Freudiana de la Argentina, en 1992, que funciona como faro para pensar la diatriba, el primer capitulo se llama “La vía del ensayo”, y ahí propone la postura de ese discurso con respecto al saber, dentro de una institución que tenía serios problemas con la burocratización del saber. Freud mismo tuvo este problema al fundar la internacional. No puede no ser así. Sin embargo, el propósito de una institución de psicoanálisis, desde Freud –que era un ensayista ejemplar– es, sobre todo, político, el objetivo es la transmisión generacional, que no está garantizada de ninguna manera por el ensayo. Es un trabajo, y como Masotta decía, la escuela es de los que trabajan, no de los que tienen jerarquía. Entonces no se trata de intentar solucionar la disyuntiva estructural, pero sí, creo yo, de yerrar otra vez en ese intento. De explorar y darle vueltas, para fallar mejor.  Freud –que había usado esta frase en distintas cartas a Fliess para referirse a estados mentales suyos– pone de epígrafe a “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, esta expresión que está en el escudo de armas de la ciudad de París en donde hay un barco: “Se sacude, pero no se hunde”.

* Gracias a Alberto Giordano, un maestro para mí, que tuvo la paciencia de conversar acerca de mis dudas sobre el ensayo y la generosidad de alcanzarme los libros necesarios para escribir lo que acá se publica.


Ernesto Gallo (Resistencia, 1997)


Vive en Rosario desde el 2015, donde practica el psicoanálisis. Es miembro del Centro de Lecturas, Debates y Transmisión. Forma parte del Grupo Savoy. Integra la comisión editorial de la Revista Pulpo. En 2021 su libro de cuentos Voz de vaca (Le pecore nere 2023), fue finalista del concurso de narrativa Manuel Musto, que organiza la Editorial Municipal de Rosario. Organiza el ciclo literario Los detectives salvajes y el ciclo de música y literatura Escualo. También coordina el taller literario Colinas como elefantes blancos.