La digestión del saber, por Nahuel Krauss


«Pregunté a un hombre lo que era el Derecho.
Él me respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad.
Ese hombre se llamaba Galimatías. Me lo comí.”

Oswald de Andrade, Manifiesto antropófago

No sería de extrañar que quien emprenda un viaje al exterior, luego de recorrer las civilizadas sociedades del primer mundo, se vea interrumpido por un pensamiento tal como: “Que lindo que es mi país”. Al menos esta fue mi experiencia. Conocí mi tierra el día en que salí de ella, tal como Oswald de Andrade, poeta y autor del manifiesto antropófago, afirma haber reconocido lo propio a través de lo ajeno. ¿Hay, acaso, otra forma de hacerlo? 

Se dice que los argentinos no descendemos tanto de Europa como de los barcos. Los que reniegan de esto fueron retratados por Jauretche en 1968, al titular a la decimotercera de sus zonceras argentinas «Este país de mierda”.  Aborrecen el salvajismo, el hedor latinoamericano, adoran la aculturación y se entregan a ella cómoda y perezosamente. ¿Para qué pensar si hay otros que pueden hacerlo por nosotros? Poco parece haber cambiado en los últimos cincuenta años.

Alguna vez escuche decir a German García que los argentinos deberían sustituir importaciones de saber, favoreciendo así a su producción. Ahora, ¿Cómo es que no habría producción de saber en un país donde las editoriales anuncian diariamente nuevos lanzamientos? Es común –al menos en el campo del psicoanálisis– que una charla de café en París llegue como consigna a Buenos Aires, del mismo modo que lo que entre analistas argentinos puede ser considerado una cuestión banal deviene una interpretación si sale de la boca de un francés. Este último saca un libro o dicta un curso sobre tal o cual tema y, de repente, acá aparecen veinte libros sobre un tema similar. ¿Se trataría entonces de proteger nuestra industria haciendo un bloqueo dirigido a la importación de saber extranjero? Comenzaré por objetar dicha pregunta.

Cuestionar el modo de importación cultural que consiste en reducirlo a una copia de la cultura extranjera, al sometimiento a modos de imposición de culturas hegemónicas en detrimento de nuestra potencia creadora y productiva, no supone necesariamente que lo ajeno deba ser expulsado. Rechazaré toda posición “anti-imperialista” para pensar una posible salida al binarismo nacional-extranjero, ya que no hay binarismo que no conduzca al extravío o conclusiones estériles. Es sabido que los éxitos de quien acepta indiscriminadamente todo lo que viene del otro no se alejan de los de aquellos que lo rechazan.

Según el saber enciclopédico el canibalismo se diferenciaría de la antropofagia por ser una actividad propia de los animales, a diferencia de la segunda, perteneciente a la fagocitación del hombre por el hombre. No obstante, antes que una distinción respecto de la especie, propondré pensar ambos términos como dos modos diferentes de apropiarse de algo del otro. En esta ocasión nos referiremos al saber, no sin mencionar que dicha distinción posee un alcance mucho más vasto.

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Oswald de Andrade, fundador del movimiento antropofágico brasilero, invertirá desde un principio la relación temporal de la revolución de los indios caribe. Ahí donde la dinastía fue expulsada todavía queda su espíritu, y será necesaria una nueva emancipación respecto de aquella. Dicho espíritu obstaculiza lo que el poeta llama “una poesía brasilera de exportación”. Cito: “trató de reencontrar una sensibilidad primitiva, algo así como las “estructuras elementales” de la sensibilidad brasileña- tratando de crear, a partir de ellas, una poesía nueva, original y originaria de exportación, en vez de la rancia poesía letrada, de importación, envejecida, cultivada en las pomposas academias parnasianas”.

Critica con ironía los modos de importación brasileros, y lo hace sin ironía al levantarse contra los “importadores de conciencia enlatada”. Bella expresión esta última, que sitúa la importación como sumisión al saber del colonizador. Desafortunadamente, no podemos afirmar, menos aún actualmente, que Latinoamérica sea antropófaga respecto de aquel. Más bien, se comporta como caníbal de una cultura extraña, consumida sin la mediación y el trabajo que supone la crítica o el tiempo de deglución necesario para asimilar el alimento cultural. Ya lo advertía Oscar Masotta –a quien volveré más adelante– en sus “Ensayos lacanianos”, al afirmar que Argentina es “un país sin tradición cultural asentada, y una capital sobre-sofisticada, pero sin defensa contra la entrada masiva de la información”. El canibalismo cultural incorpora masivamente, sin discriminar.  La antropofagia lo hará de un modo radicalmente opuesto. Profundicemos en esto.

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 El canibalismo goza de mala prensa. Suele entendérselo como un ejercicio que no distingue entre sujeto que incorpora y objeto a incorporar, o más precisamente, un ejercicio donde es el objeto el que devora al sujeto. De aquí nacen los modos de hablar aparateados, cacofónicos, las fieles reproducciones de lo escuchado o leído, carentes de aggiornamiento o espíritu paródico. Podríamos afirmar así que, paradójicamente, son las malas traducciones las que menos traicionan. Ahora bien, ¿Por qué razón habríamos de hacer “buena prensa” del canibalismo? Bastara recordar las observaciones de Levi Strauss, según las cuales el caníbal no devoraba a cualquiera, ni tampoco lo hacía en su totalidad, sino que se limitaba a incorporar, en un contexto ritual, las partes que simbolizaban cualidades veneradas por aquellos. El caníbal era, antes que nada, un seducido por el portador de la parte a deglutir. No nos extenderemos en esto más que para acentuar el hecho de que, en la incorporación antropofágica, no se tratará de un movimiento anoréxicamente reaccionario, sino de una devoración del otro que solo conserva lo que le es útil: “devora a los teóricos extranjeros como su pueblo devoró a los inmigrantes, para crear la carne y sangre brasileñas”, afirma de Andrade.  No se trata ya de una apertura indiscriminada, sino de aquella destinada a tomar lo que sirve sin atentar –incluso todo lo contrario– contra la identidad cultural del antropófago. No estamos ahora ante un proceso de implantación extranjera de modos de ser, sentir, pensar, hablar, enfermar –ya que hoy en día hasta es posible enfermar de trastornos importados de Norteamérica– sino de producción de lo propio a partir de lo ajeno.

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 “Hagan como yo, no me imiten”, sugirió Jacques Lacan. Si separamos en dos fragmentos dicha sugerencia, podríamos hacer corresponder la antropofagia al “hacer como él”, y el canibalismo al “imitarlo”. “Hacer como él” no es ejercer el canibalismo de quienes lo creen superado –por ellos mismos– mientras le roban –esto sí es robar– su modo de hablar, de chicanear, o hasta la forma de su moño, sino su “hacer” antropófago. Al canibalismo no le importan el trabajo ni los rodeos. Es intenso, sí, pero perezoso. Como puede observarse, no se trata de no comerse al otro, sino de cómo hacerlo. En efecto, Lacan se come a Freud. Pero no como un “traga”, un “devorador” de libros, o como quien llena de títulos sus paredes. Conozco una anécdota según la cual Masotta insultaba a un reconocido psicoanalista tildándolo de “diploma de honor”.  Lacan importa el psicoanálisis a través de un acto antropofágico sobre la obra de Freud, elaborándola, y haciendo de este modo al psicoanálisis francés, aggiornandolo a una lengua que funda en ese mismo movimiento. 

Del otro lado del mapa, fue Oscar Masotta el primero en reconocer la necesidad histórica de institucionalizar el lacanismo, y quien promovió la formación de la primera escuela lacaniana de Latinoamerica. Dicho acontecimiento, tal como él mismo difundió en sus intervenciones radiales en Barcelona, inició una historia y una economía política del discurso analítico que fundó las bases de un psicoanálisis en castellano. Introdujo a Lacan con textos freudianos, se apoyó en el arte, en el happening, los cómics y la literatura nacional, la de Roberto Arlt entre otros. Elaborando así lo ajeno a partir de lo propio y reconociendo lo propio a través de lo ajeno.  Nuevamente, recurro al término elaboración (“trabajo” de elaboración, insiste Freud), por lo que dicho término  amerita un breve desglose. 

La Bearbeitung (elaboración), supone dos sentidos de especial relevancia. En principio, el de ser un proceso prolongado en el tiempo. Por otro lado, el de operar una transformación sobre la materia. Estos dos sentidos de la Bearbeitung están ausentes en la importación salvaje, que no cuenta con el tiempo que supone la relación al otro, presente incluso en las consideraciones de Marcel Mauss al formular el circuito del don. Asimismo reduce la incorporación a una mera reproducción de los enunciados provenientes del otro, y esto tiene consecuencias tanto políticas como clínicas. Por ejemplo, hablar de eslóganes lacanianos no significa que Lacan haya sido un creador de eslóganes. No se trata de un carácter inherente a tal o cual expresión del psicoanalista francés, sino al modo en que lo pronunciado por este es apropiado por sus seguidores, de lo cual depende también el modo en que dicho saber será utilizado. Un amigo, Juan Manuel Quiroga, me acercó una frase según la cual el ejercicio de un poder es proporcional al goce de su apropiación. Es posible deducir de esto que el ejercicio de una práctica depende en parte del modo en que uno se apropia de la teoría. El problema de los eslóganes reside en que no están solo para no decir nada sino para que el otro tampoco lo haga, es decir, para no escucharlo. 

Nada más lejos de esto último que la apropiación antropófaga, que instaurando una deuda con aquel de quien se toma algo, y operando una transformación de la materia, devuelve lo incorporado de un modo irreconocible. Se pone así en marcha el circuito de la transmisión. En efecto, ni los alemanes ni los ingleses se han reconocido en el Freud de Lacan. Justamente, si hay un Freud “de Lacan” es porque el acto antropofágico fue eficaz, distanciándose de las “Elites vegetales” con la que Oswald de Andrade refiere a los intelectuales que vegetan, copiando modelos extranjeros, y a los señores rurales, propietarios de la tierra. 

Al devorar al colonizador, afirma Andrade, los primeros salvajes brasileros devoraron la catequesis. No fue una pura imitación del cristianismo romano, sino un nuevo renacer, una apropiación y transformación de este: “Hicimos que cristo naciera en Bahía”, dice el poeta. Por su parte, Rodolfo Kusch relata el caso de una comunidad andina que, sin ser oficialmente religiosa, tenía sacerdotes. No adoptaban la religión ajena, pero les gustaba tener a alguien que redima de sus errores a los viejos antes de morir. Su cultura había tomado algo de otra sin atentar contra la propia. Podemos decir que se trata, en última instancia, de digerir el saber, ya que no todo lo que se come se caga. La antropofagia cultural opera como el proceso digestivo, que separa lo que sirve al cuerpo de lo innecesario y lo prepara para eliminarlo, reteniendo solo los nutrientes.

Vale recordar, para concluir, la conocida frase que Freud toma de Goethe: «Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo». Se esclarece que, solo para un caníbal, toda herencia es pesada, como un trozo de carne cruda, de imposible digestión.


Nahuel Krauss (Buenos Aires, 1985)


Psicoanalista, autor de «Hambre y amor» y «La segunda pérdida». Docente en la Universidad de Buenos Aires. Miembro fundador del Centro de Lecturas: Debate y Transmisión.