Deseo y traición en el psicoanálisis de la lengua castellana, por Juan Manuel Quiroga


Existe una problemática olvidada por numerosas mesas redondas del pensamiento psicoanalítico local, el papel de la apropiación y producción del saber, el modo de importación de las ideas que provienen de afuera, principalmente de Europa, específicamente de Francia. ¿Nos hemos apropiado de la misma forma del psicoanálisis en lengua alemana que del psicoanálisis en francés? ¿Cuáles son los modos de apropiación y producción del saber en Argentina y en Latinoamérica? ¿Cómo hemos dado cuenta de la particularidad de la lengua castellana en el ejercicio de nuestra práctica para transmitir, como plantea Germán García, esa soberanía de la palabra que llamamos psicoanálisis?

Hemos trabajado durante años el fenómeno de la mímesis. Hemos asentado incluso un aforismo: a menos incorporación, más canibalismo. La pasión mimética es el modo caníbal de inapropiación, de identificación sin modelo que desarma la singularidad. Esta fascinación pareciera haber convertido nuestras aguas rioplatenses en un afluente del Leteo: hemos olvidado, nos ha llevado la corriente. Mientras los analistas permanezcamos hechizados por los eslóganes, las guirnaldas y juegos de luces que nos vienen de Europa, no seremos más que escribanos solitarios –ecos del viejo mundo, reflejos de vidas ajenas– certificándonos unos a otros desde el núcleo más duro de la reflexión personal. 

Entonces la mímesis implica quedar tragados, girar en falso en un callejón sin salida cuyas dos direcciones posibles son la infatuación o la locura. Un callejón sin salida, a menos que encontremos las huellas, el rastro hacia una puerta que la pasión mimética camufla con los colores del horizonte, pero ahí está: es la política, es la salida que se abre con el interrogante sobre nuestro lugar en la historia. La política es encarnar la palabra, volver consistente un discurso, tomar el compromiso de anudar historia y relato –el nombre psicoanalítico para esta operación es, por supuesto, padre–, e introducir el cuerpo como estilo en la trama discursiva. Y afirmamos, no hay clínica sin política.  

La pregunta que hemos de hacernos es cómo recibimos en Argentina y en Latinoamérica lo que viene del Otro. ¿A qué Argentina ingresa el psicoanálisis y qué elementos tenemos para recibirlo? Recibir constituye una deuda y nos hace parte de una historia, pero miramos hacia atrás y no encontramos nada que traicionar. Estamos en el problema de la traducción.

Traducción

Así como podemos pensar la traducción como algo que va de lengua a lengua –cuando Freud nos habla de la universalidad del psicoanálisis implica necesariamente este movimiento–, la traducción ocurre también dentro de una misma lengua: es el terreno de la interpretación. ¿Qué es el inconsciente sino una máquina de interpretar, una lengua que se traduce a sí misma, que se traiciona? Es fundamental que nos aboquemos al estudio de nuestra lengua castellana, no tanto por la habitual erudición lingüística de los analistas, sino por un fuerte interés clínico: la sensibilidad del cuerpo está determinada por la lengua.  

Nada puede traducirse sin antes reconocer una alteridad, una diferencia relativa y una radical respecto de lo que se traduce. Esta diferencia radical hace a un punto intraducible. Es así que el traductor, además de traidor, ingresa como una variable que hemos de separar de la traducción en sí misma. ¿Qué implica ese punto intraducible? Se trata, desde luego, del deseo. El traductor, como el niño, no puede traducir el deseo del Otro, y es esta imposibilidad la que posibilita la traducción misma. No puede traducir el deseo original, el deseo del autor. ¿De qué es autor el traductor? Traducir es perder algo y agregar otra cosa. El traductor se hace autor del estilo, se autoriza a establecer las metáforas que hacen posible la traducción, y ahí se juega su propio deseo. 

En esta operación aquello intraducible para nosotros, decíamos el deseo. Pero no es un abstracción, se trata del deseo de Freud. Autorizarnos a traducirlo es hacer un psicoanálisis en lengua castellana. 

Antecedencia 

¿Desde dónde construir una tradición cuando la puesta en diáspora de elementos rituales y culturales es moneda corriente desde la modernidad a esta parte? “El hondo bajo fondo donde el barro se subleva” escribe Catulo Castillo en La última curda.  

Borges reformula la idea de centro y periferia, nos hace pensar la potencia de los márgenes para servirnos de la tradición universal e inventar la propia. La raíz latina de “margen” viene de margo-marginis y refiere a bordear, hacer frontera, puntualmente: marcar para tomar posesión y defensa de un territorio. Dejar una marca, entonces.

Carlos Quiroga nos dice que la sepultura no es tanto la marca de la muerte como la marca de que alguien existió. Su borramiento apunta a que no haya existido, atenta contra la descendencia y la transmisión siguiendo la tendencia ahistórica contemporánea. Cadáveres insepultos, espectros que regresan, algo huele definitivamente mal.

En el corazón de Hamlet podemos ubicar el problema de la traducción y de la tradición. En principio, Amleth, mito danés del siglo XII cuya traducción de lengua a lengua, de latín al francés, del francés al inglés, termina por inspirar a Shakespeare la escritura de su Hamlet. Y es, en sí mismo, la historia de una traducción entre generaciones y épocas. Traducción dentro de una misma lengua que pone en juego la antecedencia: el pasaje de padres a hijos, la transición entre el ocaso de la Edad Media y la naciente modernidad. La falta de sepultura, de ritos funerarios –“¿de quién es esta tumba?” se pregunta Hamlet; “¿de quién es esta tumba, compañero?”, traduce y argentiniza Eduardo Rinesi–, la sustracción del duelo para inscribir una pérdida, el intento de borrar las huellas, todas operaciones que trastocan el tiempo. 

Si las tumbas no cierran, el duelo no se produce y los espectros vuelven, somos hablados por ellos. La apropiación necesita de un duelo para que esos espectros se transformen en ancestros. La antecedencia es el tiempo. 

La parodia como modo argentino de apropiación

Oscar Masotta, en 1974, funda en la parodia la Escuela Freudiana de la Argentina. La parodia, en principio, es una respuesta, un modo de emerger de las aguas bautismales de la retórica europea. No se trata únicamente de cantar en contra, de la imitación burlesca frente al estatuto problemático de un arte o discurso, implica también un cantar junto a otro que otorga seriedad a la ironía y se establece como un hecho artístico respecto de lo mimético. Es el intento de reproducir ese acto por primera vez, copiándolo y no copiándolo. Ese fundar en la parodia permite a Masotta romper el hechizo y parodiar una école para abrir el camino de lo propio, nuestro y original.

Si Freud nos habla de cultura es porque refiere tanto al culto como al cultivo, al cuidado y al trabajo de la tierra para alimentar a las generaciones del porvenir. Parodiar la parodia es ridículo; tomarnos el tiempo cultivar lo que Masotta inició es, en definitiva, un acto revolucionario.


Juan Manuel Quiroga (Buenos Aires, 1983)

Psicoanalista. Miembro fundador del Centro de Lecturas Debate y Transmisión. Institución declarada sitio de interés por el senado de la nación por su tarea de investigación y difusión del psicoanálisis y su relación a otras disciplinas como el arte, la filosofía, y la literatura. Se desempeָñó como director de la institución por tres mandatos. Impulsor del movimiento Psicoanálisis en lengua castellana. Licenciado en psicología. Maestrando en psicoanálisis. Docente por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora en la Cátedra de Psicología Psicoanalítica y Psicología General. Coordinador del grupo de lectura Los nietos de Masotta. Presidente y Director de Promover Asociación Mutual. (Centro dedicado a la atención y asistencia de personas multidiscapacitadas, enfermedades neurológicas, T.G.D. y enfermedades del espectro autista, en diferentes programas y dispositivos. Hogar con Cet, Cet y consultorios externos). Ha escrito diferentes libros en colaboración y publicado artículos y textos en diferentes revistas.